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Foto: Comunidad de Madrid |
LA PIQUETA COMENZARÁ hoy a borrar
del mapa el campo para la práctica del golf que, contra viento y marea, Esperanza
Aguirre se empeñó en levantar en una parcela del Canal de Isabel II, en
Chamberí. La demolición, en cumplimiento de una sentencia que lo declaró ilegal,
es el mejor síntoma de una época que hace aguas por todos los costados.
La puntilla se la dio el Tribunal
Superior de Justicia de Madrid (TSJM) en un auto, fechado en diciembre de 2016,
en el que daba un mes de plazo a la Comunidad de Madrid para cumplir la
sentencia que obligaba al cierre de las instalaciones. Fue, por tanto, la
justicia la conminó a Cristina Cifuentes a que desmontara la polémica
instalación inaugurada por Aguirre en 2007.
Meses antes, el TSJM ya había
fallado la anulación de un plan especial que el Gobierno de la Comunidad de
Madrid había aprobado, a la desesperada, en 2013 para legalizar el campo de
golf, sentencia que el Gobierno regional decidió no recurrir.
El campo de golf, de 48.000
metros cuadrados, habilitado en unos terrenos previstos para zona verde, ya
había quedado sin cobertura legal después de que el Tribunal Supremo anulase en
2012 la declaración de interés general aprobada por el Gobierno de Aguirre,
tras un recurso interpuesto por las asociaciones vecinales El Organillo, Parque
Sí en Chamberí, Corazón Verde en Chamberí y Ecologistas en Acción.
Pero la cosa no acaba aquí porque
la justicia, pese a su exasperante lentitud, todavía no ha dicho la última
palabra. Aún faltan los efectos colaterales, no en vano también se investiga la
presunta malversación de dinero público, a cuenta también de estas
instalaciones, dentro del conocido como caso
Lezo.
Pablo González, hermano del
expresidente madrileño, Ignacio González, admitió ante la Audiencia Nacional el
cobro de comisiones ilegales en varios contratos de la administración regional.
Entre ellos, el de la construcción y explotación de este complejo, entre las
avenidas de Filipinas y de Pablo Iglesias, inaugurado en plena borrachera de
poder de un PP madrileño embriagado por una mayoría absoluta en la que creyeron
tener bula para (casi) todo.
A Pablo González "no le
consta" que su hermano hubiera participado en ninguna ilegalidad, pero aquellas
mordidas y favores evidencian que, cuando menos, algunos dirigentes populares trabajaron
sin descanso en beneficio (también) de sus propios intereses. A los 58 millones
de euros que costó aquella controvertida construcción hay que sumar ahora, al
menos, otros ocho para levantar nuevas zonas ajardinadas y dotaciones.
Avatares jurídicos al margen, el
hecho cierto es que el nuevo parque del Tercer Depósito estará listo en un
plazo de unos 18 meses y que donde hasta ahora había un campo de césped
artificial se plantarán 100 arbustos y 800 árboles de un tamaño que no afecte
al depósito debajo del recinto. También habrá una zona recreativa y un gran
espacio para conciertos y espectáculos, además de nuevas instalaciones
deportivas en un distrito de 140.000 vecinos sin apenas equipamientos de este
tipo.
La reconversión “supone un antes
y un después en cómo se concibe el uso del espacio público”, dijo Cifuentes
durante la presentación del proyecto, a modo de sutil crítica hacia su
antecesora en el PP madrileño. Un nuevo espacio "abierto a todos", que
se ha diseñado "con la participación de quienes más conocen las verdaderas
necesidades del barrio, los vecinos de Chamberí", indicó la presidenta
regional. "Hay muchas cosas con las que coincido con gobiernos precedentes
y otras con las que no, este parque es una muestra de ello", zanjó Cifuentes
en forma de nuevo dardo hacia Aguirre.
Una de las líderes vecinales ha
definido todo este proceso como “un enfrentamiento de David contra Goliat”. Y
no le falta razón. También en este caso el mito bíblico se ha vuelto a repetir:
los desvalidos vecinos, armados con sus humildes hondas -los recursos
judiciales-, han conseguido tumbar al poderoso bravucón, cierto es que ya en
retirada. No ha sido tan rápido como en la época de los filisteos pero, incluso
en este caso, vale la metáfora de que, en ocasiones, los pequeños también pueden
tumbar al grande.
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