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Foto: Ayuntamiento de Madrid |
EL ‘ESPÍRITU DE Ermua’ no era
esto, ni mucho menos. ¡Qué poco hemos aprendido! Fue lo primero que pensé
cuando supe que habían abucheado a la alcaldesa de Madrid en los dos actos de
homenaje a Miguel Ángel Blanco. Y sentí una enorme tristeza.
Vale que el Gobierno municipal
no estuvo demasiado fino a la hora de interpretar el requerimiento que se le
estaba haciendo para distinguir de una forma singular al edil asesinado por
ETA. Vale que Ahora Madrid no supiera medir las consecuencias de negarse a
colgar una pancarta en memoria de Blanco en la fachada del Consistorio. Vale
que Manuela Carmena se empecinara en su negativa por desconfianza hacia al PP ante la
utilización partidista del acto. Vale que los gestos en política cuentan, con
frecuencia, más que el propio objeto de cualquier iniciativa. Vale todo eso y más.
Ahora bien, a partir de ahí,
dudar del compromiso de la alcaldesa con las víctimas y con su dolor, colegir que
la resistencia de Carmena a colocar un cartel con la cara de Blanco supone
equidistancia, concluir que se negó por tibieza frente al terrorismo, me
parecen argumentos demasiado simplistas. Por injustos e inveraces.
Llegados a este punto, tal vez
convenga recordar que siendo jueza, la alcaldesa también apareció en la ‘papeles
de ETA’ en el año 2000 y que, como otros magistrados, también podría haber sido
objetivo de la banda terrorista. Con el secuestro y asesinato de Blanco, dijo
ayer Carmena, “la sociedad vasca supo romper el silencio y entonces empezaron a
cambiar las cosas”.
“Es una monstruosidad matar a
alguien por su ideología, y eso es lo que hacen los terroristas, aunque lo
intenten embadurnar con una ideología u otra. El acto más cruel, brutal e
inhumano que puede haber es matar a una persona. Siempre que hay un acto
terrorista lo primero que decimos es ¡qué falta de humanidad!, ¡qué acto más
terrible que una persona disponga de la vida de otra, y lo haga por sus
ideas!”, prosiguió Carmena después de que fuera increpada.
No pasa nada por abuchear a una
alcaldesa. Podrá gustar más o menos, pero es algo que los políticos llevan en
el sueldo. La libertad de expresión tiene, en ocasiones, estos ‘riesgos’. Ahora
bien, si en las horas previas, todos hubieran mostrado generosidad y altura de
miras, si algunos representantes políticos no hubieran calentado el ambiente
como hicieron, si hubieran hablado directamente y no a través de los medios de
comunicación, y si el PP hubiera actuado con mayor tacto, nos hubiéramos
evitado esa triste imagen.
No la de Carmena abucheada, que
puede ser lo de menos, sino la de la bochornosa desunión que atenaza a nuestros
representantes políticos y que es, en realidad, lo realmente preocupante. Y la
desconfianza que, desde el primer momento, llevó a los grupos de Ahora Madrid y
del PSOE a pensar que lo de la plaza de la Villa podía ser una “encerrona” para
la alcaldesa.
Tal vez convenga recordar, porque el asunto ha pasado un poco
inadvertido, que durante la reunión el martes de los cuatro portavoces
municipales para organizar los actos, en ningún momento fue planteada expresamente la
petición de colgar una pancarta del Ayuntamiento, como si pidió el PP ayer en
público.
Sea como fuere, lo ocurrido
este miércoles en la plaza de la Villa y luego en Cibeles nos retrata a todos.
A quienes sin pudor instrumentalizaron la figura de Miguel Ángel Blanco y a
quienes no supieron entender lo que representó. Más diálogo y menos
sobreactuación, por favor.
Estos dos homenajes, y sus
prolegómenos, evidencian a las claras que aún no hemos aprendido la lección. Es
más, episodios así demuestran que, una vez inoculado, no hay antídoto posible
para eliminar el veneno del cainismo. Esa es, en verdad, nuestra tragedia.
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