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Desabastecimiento en el Mercadona de la Avenida de Pablo Neruda, en Puente de Vallecas, Madrid. 10-03-2020

ES EN LAS grandes crisis cuando se demuestra lo mejor y lo peor de la condición humana. Diríamos, incluso, que son estas emergencias las que, por un lado, nos hacen avanzar como sociedad, pero también las que con toda su crudeza nos muestran tal como somos. En el bien entendido, claro, de que toda generalización es perversa por definición.

La expansión del coronavirus, con el salto exponencial que está dando en España nos está dejando imágenes que deberían avergonzarnos como sociedad. Ya llovía sobre mojado, aunque nada comparable con la desmesurada e irracional reacción al anuncio de la presidenta madrileña de endurecer las medidas para contener los efectos del contagio decretando el cierre de guarderías, colegios y universidades.

No habían pasado ni unos minutos de la comparecencia informativa de Isabel Díaz Ayuso, cuando algunos madrileños sintieron la irrefrenable necesidad de hacer acopio de alimentos y otros productos. Y este martes, la escena ha vuelto a repetirse: colas de gente desde primera hora de la mañana esperando a llenar sus carritos para abastecerse antes de que cierren los colegios durante al menos un par de semanas.

Todos tenemos un poco de miedo, como es habitual cuando sentimos el peligro de lo desconocido, y más cuando se trata de un virus que cabalga fuera de control. Pero de ahí a que se haya desatado esa psicosis en supermercados e hipermercados hay un trecho difícilmente comprensible.

En cuestión de minutos, el pánico se ha apoderado de muchos y algunos supermercados han sufrido un rápido e inusual desabastecimiento. No hay ningún motivo objetivo que explique estas compras compulsivas, pero es la prueba también de que hay un sector de la población que desconfía de los mensajes de las autoridades y que tampoco se cree la información, excesiva tal vez, que ofrecen los medios de comunicación.

Pastas, arroz, aceite, leche, conservas y papel higiénico −papel higiénico, sí−, han sido los productos más demandados, hasta el punto de vaciar los lineales provocando un insólito colapso en algunos supermercados. Los empleados de las tiendas nunca habían visto algo así y la propia Asociación de Cadenas Españolas de Supermercados (ACES), que representa a los grupos Auchan, Carrefour, Eroski, Lidl y Supercor, ha tenido que salir al paso para contrarrestar, veremos con qué éxito, esa triste estampa de los estantes vacíos por el acopio de víveres.

Puede que no sea más que una ‘anécdota’, dada la magnitud del brote y las consecuencias de todo tipo que está provocando la epidemia, pero el hecho cierto es que no nos deja en muy lugar como sociedad. Entre otras cosas porque, a buen seguro, en nuestras neveras y despensas tenemos productos como para resistir una semana entera sin necesidad de ir a la tienda. No quiero ni pensar qué ocurriría si, de verdad, –Dios no lo quiera–, algún día se produjera una emergencia tan seria como para comprometer la cadena de abastecimiento.

El sistema español de distribución es uno de los más modernos y eficaces de Europa y, aunque la patronal del sector, Asedas (Asociación Española de Distribuidores, Autoservicios y Supermercados) descarta problemas de desabastecimiento, no será fácil convencer de lo obvio a quienes desconfían incluso del sentido común. La acumulación de alimentos es innecesaria, entre otras cosas, porque puede conducir al despilfarro, pero el miedo es libre, claro.

Decíamos al principio que es en las grandes crisis –en las guerras, en los desastres, en las epidemias−, cuando se demuestra lo mejor y lo peor de la condición humana. Viendo cómo están los supermercados parece evidente que hemos elegido lo peor.

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