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UN DÍA DE Navidad como el de hoy de hace 30 años, el tirano Nicolae Ceaucescu fue fusilado, junto a su esposa Elena Petrescu, tras ser condenado a muerte por un tribunal militar en un juicio sumarísimo acusado de genocidio y corrupción. En apenas unos días, en la Navidad de 1989 –el Muro de Berlín había caído poco más de un mes antes–, el severo régimen comunista rumano, gobernado con mano de hierro por el Conducator durante 23 años, se desmoronó como un castillo de naipes.

Los detalles de aquella revuelta y de la ejecución del sátrapa de Bucarest, además de la demostración de que la magnitud de la masacre de Timisoara, en la que se basaron principalmente los cargos de genocidio, exagerada por la prensa internacional, están en los libros de historia y no es exactamente el motivo de mi publicación de hoy.

La lectura estos días de varias informaciones y reportajes sobre aquellos hechos, que derivaron en la revolución más sangrienta del Bloque del Este, me han llevado a recordar las peculiaridades de la visita oficial de los Ceausescu a Madrid, invitados por el rey don Juan Carlos, diez años antes de su fusilamiento. Así lo conté en mi libro Hotel Ritz. Un siglo en la historia de Madrid. Pasen y lean…

          Nicolae Ceaucescu fue el primer Jefe de Estado comunista que visitó España. El más alto mandatario rumano llegó a Madrid el 21 de mayo de 1979 invitado por los Reyes, junto a su esposa Elena, su hijo Nicu, tercero en la jerarquía de personalidades, y un par de ministros más. Todos ellos tenían habitación reservada en el Ritz, pero a última hora hubo que prepararles rápidamente el frío Palacio de Aranjuez, porque él no quería ser menos que el presidente francés Valéry Giscard D’Estaing, quien diez meses antes se había alojado en la ciudad ribereña. Sus extravagancias pusieron a los responsables del protocolo español al borde del infarto, pero nada se hizo por contrariarle, toda vez que nuestras autoridades tenían mucho que agradecerle por haber mediado ante Santiago Carrillo en los difíciles momentos para que el líder comunista volviera a nuestro país.

            De prisa y corriendo el Ritz tuvo que destacar una brigada de camareros, cocineros y doncellas en el Palacio de Aranjuez para atender las necesidades de los rumanos, algo realmente difícil. Baste decir que, por desconfianza, hasta el agua que bebían la trajeron directamente de Bucarest. El séquito estaba compuesto por medio centenar de personas entre la tripulación del avión presidencial rumano, mecánicos de vuelo, secretarios y traductores, amén de un grupo de sirvientes al frente de los cuales se encontraba un receloso individuo que se pasaba el tiempo fumigando con un pulverizador platos, fuentes y cualquier material de servicio. Hasta tal punto estaban hartos los cocineros del Ritz de esa situación que no les quedó más remedio que protestar diciendo que «en España solemos ser lo suficientemente limpios como para que luego venga alguien por detrás repasando lo que hacemos». Al jefe de cocina del Ritz, Eustaquio, Tachi, Becedas, siempre le quedó la duda de si el pulverizador era por higiene o para eliminar el microbio capitalista.

            La visita de Ceaucescu fue un auténtico calvario para todo el mundo. Sus continuas desaprobaciones por la ineficacia del servicio, porque el parqué crujía demasiado y, sobre todo, lo que le parecía más intolerable es que no hubiera una persona disponible para probarles la comida con el fin de evitar un envenenamiento. Hasta tal punto llegó a condicionar esta circunstancia la visita de la alta delegación rumana que cuando el primer día de su estancia en Madrid el Rey les ofreció la tradicional comida en su honor en el Palacio Real, prácticamente no comieron nada por temor a una conspiración letal. Ni en la bisque de gambas, ni en las paupiettes de lenguado Imperial, ni en el corazón de solomillo asturiano en hojaldre con patatas fondantes y salsa perigueux, había ningún tipo de ponzoña, como tampoco la había en el soufflé glacé al GrandMarnier. Durante la comida, el hijo de Nicolae y Elena Ceaucescu, el  playboy  Nicu, sentado al lado de la Reina, parecía tener tan poco interés por lo que allí ocurría que no dudó en permanecer repanchingado en la silla y con la mano derecha siempre debajo de la mesa. Como ni siquiera hizo ademán de utilizar el cuchillo para cortar la carne, y en la creencia de que era manco, uno de los camareros se ofreció para ayudarle obteniendo una airada negativa por respuesta. Un día después, el primer mandatario rumano ofreció una recepción al cuerpo diplomático acreditado en Madrid, aunque como era habitual en el protocolo de los dignatarios del Este europeo, no se celebró ninguna cena de gala en devolución de la ofrecida por los Reyes con motivo de su llegada a Madrid. La inapetencia de los Ceaucescu en público se tornaba luego en glotonería en sus habitaciones privadas. Comían como limas, y eso quizás explique también su desgana.

            Pero no todo acaba ahí. Según el relato que hizo días después a un camarero del Ritz uno de los guardaespaldas de Adolfo Suárez, la familia Ceaucescu exigió un plano detallado del Palacio de la Moncloa donde el presidente del Gobierno les había invitado a un almuerzo privado al que también asistió el vicepresidente primero, Manuel Gutiérrez Mellado. En un momento determinado de la comida, la señora de Ceaucescu anunció que necesitaba ir al cuarto de baño. Rechazando la ayuda de camareros y ujieres, la número dos del partido comunista rumano se encaminó al servicio encontrándolo sin titubear, ya que al parecer se conocía el plano al dedillo. Cuando hubieron transcurrido unos minutos, Elena Ceaucescu salió del baño pero, en vez de volver directamente al comedor, se introdujo en el despacho del mismísimo Adolfo Suárez. Como tardaba en salir más de lo razonable, uno de los bedeles llamó a la puerta…, y cuál no sería su sorpresa cuando se topó con la primera dama rumana arreglándose su ropa interior. El bedel, desconcertado, volvió a cerrar la puerta hasta que la señora se incorporó a la comida oficial donde, ni que decir tiene, no probó un solo plato porque estaba desganada. ¿Era en realidad Elena Ceaucescu una espía? ¿Echó en falta Adolfo Suárez alguno de los papeles de su despacho? Quizás ya nunca podamos saberlo.

( Foto de Marisa Flórez. El País. Mayo de 1979. Nicolae Ceaucescu, presidente de Rumanía, habla con Santiago Carrillo, en el Ayuntamiento de Madrid, donde el primero recibió las llaves de oro de la ciudad).

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