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Valery Giscard d'Estaing, recibe a Adolfo Suárez, en 1979. EFE

EL FALLECIMIENTO ESTE miércoles a los 94 años del expresidente francés Valéry Giscard d’Estaing, víctima de la COVID-19, ha traído a mi memoria su visita oficial a España en julio de 1978, siendo yo un joven camarero del Ritz de Madrid

Con su porte aristocrático y bien ganada fama de altivo ─con la figura imponente de quien medía casi 1,90 de altura─, vino acompañado de su esposa, Anne-Aymone Sauvage de Brantes. Como era habitual en aquella época, el Hotel tenía a su cargo el servicio de banquetes con el que el Gobierno de España agasajaba a sus ilustres invitados, bien en el propio Ritz ─cuando el Palacio de El Pardo permaneció cerrado por obras de reforma─, en el Palacio Real o en el de Aranjuez.

Quizás por aquello de impresionar a sus anfitriones, el jefe de Estado galo durante siete años, amigo personal del rey Juan Carlos I ─con quien compartió viajes, e incluso cacerías─, llegó acompañado de su propia brigada de cocina y, a decir de los empleados del Ritz, “dieron en el Palacio de Aranjuez un servicio fuera de lo corriente, tanto en calidad como en presentación”.

Todo iba sobre ruedas hasta que el jefe de cocina del Palacio del Elíseo, monsieur le Cervau, se empeñó en que fueran los camareros franceses los que sirvieran en exclusiva la mesa presidencial durante la cena de gala. El primer maître del Ritz, Arturo Melero, se negó enérgicamente hasta que, con la decisiva ayuda del jefe de protocolo español, consiguió salirse con la suya, desactivando así la “inaceptable” pretensión de nuestros vecinos.

Los franceses, que jugaban en terreno contrario, no lo aceptaron de buen grado y, en la medida de sus posibilidades, intentaron «reventar» el servicio con algunas tretas bastante pueriles: apagando las luces de los tortuosos pasillos y escaleras que conducen a la cocina, o escondiendo algún material de servicio imprescindible para servir la cena.

Al final, pese a tan inquietantes escarceos, la cosa no fue a mayores y los distinguidos invitados ni siquiera llegaron a notar que en aquel exclusivo escenario acaba de librarse una incruenta batalla entre camareros galos y españoles. En el sitio Real y Villa de Aranjuez, los “amotinados” franceses salieron derrotados.

Pero no fue éste, sin embargo, el único gesto «heroico» de aquella visita. A oídos de los camareros del Ritz había llegado que Giscard d’Estaing vino a Madrid cargado con los mejores caldos franceses y que el presidente del Gobierno español los había despreciado de forma muy diplomática, como ya hizo también en el Palacio del Elíseo durante una visita anterior, en septiembre de 1977.

Se cuenta que Adolfo Suárez ─con una polémica Ley de Asilo para terroristas por medio y con el sur de Francia convertido en ‘santuario de ETA’─, no tuvo mejor ocurrencia que desdeñar en París el excelente burdeos Château Lafite Rothschild de la mejor añada que se le ofrecía alegando ─sin ser cierto, y solo por el placer de incomodar al mandatario galo─, que él sólo bebía leche, para fastidio del estirado presidente francés.

No es de extrañar la falta de sintonía de Suárez con Giscard, y viceversa. El presidente español ─que un año antes había organizado una gira europea para anunciar la presentación de la candidatura de España al ingreso en la antigua CEE─, no era bien visto por el francés (europeísta brillante y gran impulsor de la construcción europea), cuyo hilo directo personal con el Palacio de la Zarzuela, incomodaba al de Ávila. Dos años más tarde de su visita a Madrid, Giscard solicitó una pausa en las negociaciones de España con la CEE, “parón” que no hizo sino agravar la relación política entre ambos.

A su manera, Felipe González también se «rebeló» contra el estricto protocolo de la visita oficial de Giscard a Madrid. El entonces secretario general del PSOE acudió por primera vez como invitado a una cena de gala en el Palacio Real. Y, pese a la advertencia de la invitación, se desentendió de la rigurosa norma de vestuario presentándose con un sencillo traje oscuro, en vez del frac que se exigía a los caballeros.

Diez meses después de aquel lejano mes de julio de 1978, y para no ser menos que Giscard, el dictador rumano Nicolae Ceaucescu, también exigió en su visita oficial a España ─era el primer jefe de Estado comunista que lo hacía─ ser alojado en Aranjuez. En el frío Palacio de la ciudad ribereña, y no en la más que confortable suite que tenía reservada en el Ritz. Pero esa es otra bien interesante historia, que ya hemos contado en este blog.

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