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Foto: EFE |
EL PARTIDO POPULAR anda
empeñado en cavarse su tumba política. Al menos en Madrid, que es el territorio
que más nos pilla a mano y donde, según parece, hay una mayor necesidad de
regeneración. Él solito y sin necesidad de que el aliento que empieza a sentir
por parte de Ciudadanos le pueda resultar insoportable.
El paseíllo de Francisco
Granados ante la Audiencia Nacional —implicando directamente a Cristina
Cifuentes en la supuesta caja B del PP regional y señalando a Esperanza Aguirre
e Ignacio González como muñidores de la financiación ilegal del partido— parece
algo más que una bomba de humo.
La justicia dirá, claro, pero
el efecto de la declaración del principal imputado del caso Púnica deja herida
de muerte la legislatura en la Comunidad de Madrid y quién sabe si algo más.
Poco importa a estas alturas de la película si, como sostiene el que fuera
número dos del partido en Madrid y antiguo consejero, primero de Transportes y
luego de Presidencia, Justicia e Interior, Cifuentes estaba al tanto de todo
dada la supuesta “relación sentimental” que mantenía con Ignacio González.
No es esa la cuestión. Lo que
realmente importa, y Granados debería acreditarlo con algo más que con su
palabra, es si Aguirre y González, tanto monta tanto, utilizaron dinero público
para apuntalar sus giras electorales de 2007 y 2011. Y si lo hicieron, como le
contó al juez instructor Manuel García Castellón, mediante el manejo de una “campaña
paralela y de refuerzo” sufragada con fondos opacos procedentes de falsos
contratos de publicidad del Canal de Isabel II —¡ay el Canal!—, del Consorcio
de Turismo de la Comunidad, la empresa pública de informática y comunicaciones
(ICM) y la de suelo Arpegio.
Visto lo visto, y la justicia dirá
lo que tenga que decir, insisto, todo esto se asemeja mucho a que el PP ha fiado
su propia supervivencia al que hecho de que sus dirigentes se han pasado los
últimos tiempos tapándose unos a otros.
Por muy “presunto delincuente”
que sea Granados, como sostiene Cifuentes, es imposible que como alto dirigente
que fue del PP madrileño no supiera nada de lo que se estaba cocinando sobre la
financiación ilegal. Y es igualmente imposible, porque tenían una
responsabilidad aún mayor, y nada, absolutamente nada, se escapaba a su
control, que Aguirre y González fueran completamente ajenos a estos
tejemanejes.
De momento, el bienintencionado
pacto político por la regeneración democrática propuesto por Cifuentes parece
improbable que pueda prosperar, veremos si los efectos del ventilador puesto en
marcha por Granados servirán para airear definitivamente las guerras internas
que, de forma más o menos larvada, han atenazado al PP desde hace 15 años.
Nadie podía imaginar que
aquellos años tan felices para los populares, aquella borrachera de poder a
base de mayorías absoluta, fuera acabar así. De esta forma tan chusca e
impúdica. Enseñando sus vergüenzas y poniendo a evidencia a quienes les creyeron, confiaron en su palabra y disciplinadamente
les votaron. ¿Es que acaso nadie va a pedir perdón a esos miles de militantes y
simpatizantes que legítimamente creyeron a pies juntillas en su proyecto?
Y la cosa no acaba aquí porque
Granados tiene cita de nuevo con el juez el 20 de febrero. Más allá de sus
palabras, que sin duda han dinamitado los férreos cimientos del PP, la Fiscalía
y el juez siguen esperando sus pruebas.
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