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 (Foto: Comunidad de Madrid)

TAN NECESITADOS ESTAMOS de encontrar la fórmula mágica para crear empleo que casi cualquier opción podría ser buena. Y digo casi porque, tampoco en este caso, el fin puede justificar determinados medios cuan son, digamos,  pintorescos. Me refiero, naturalmente, al empeño del multimillonario estadounidense Sheldon Adelson de levantar en Madrid un gran complejo de apuestas. La idea del proyecto Las Vegas Sands es construir primero un casino y, dólar a dólar, pasar al negocio de los resorts, los teatros, el golf… En fin,  un macrocomplejo que, a medio plazo, pongamos que a partir de 10 años -largo me lo fiáis- podría convertir Madrid en una suerte de Las Vegas.
Claro, que para construir ese escenario, las autoridades municipales, autonómicas y estatales tendrían que someterse primer a las exigencias y caprichos de Mr. Adelson. Y no estamos hablando de bagatelas sino de modificaciones legales de gran alcance. Reformas de calado que, en otras circunstancias, habrían permitido darle con la puerta en las narices a este señor. Por muchos dólares que tenga en la chequera y muy grandes sean las necesidades de generar empleo que hay en España.
Esperanza Aguirre y Ana Botella se han empeñado en echarle una mano a Mr. Marshall, quiero decir, Adelson, para que pueda construir aquí su isla de casinos, restaurantes y locales de entretenimiento. Para ello, dicen que hay en juego 200.000 puestos de trabajo, tendrán que hacerle una legislación a medida porque, como hay crisis, no vaya a ser que en otro país, o en otra Comunidad, no le hagan ascos a este maná llovido del cielo norteamericano.

El problema es que para contentar a los chicos de Las Vegas Sands habría que ponerles en bandeja unos convenios colectivos menos rígidos,  acelerar la concesión de permisos de trabajo para extranjeros, introducir exenciones en los pagos a la Seguridad Social y, por si fuera poco, que el mismísimo Estado español se convierta en avalista  de sus préstamos. Eso para empezar. Luego habría que trasladar la incineradora de Valdemingómez, si finalmente el emplazamiento fuera en la capital, y así sucesivamente hasta convertir el complejo en una zona franca donde ya sabemos quién sería el sheriff.

Entiendo que con la que tenemos encima, Ana Botella y Esperanza Aguirre, tanto monta tanto, se hayan deslumbrado con el brillo de los neones. Apenas tienen inauguraciones que llevarse a la boca y, si pueden colgarse una medalla, pues mejor que mejor. Y es lógico porque también le pasó a otros políticos con el proyecto de Los Monegros, en Aragón, o El Reino de Don Quijote, en Ciudad Real. Mucho cuidado porque el sueño americano puede acabar siendo una pesadilla en Madrid.
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