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HOY HACE JUSTO un siglo que desapareció el maestro de las letras Benito Pérez Galdós (Las Palmas de Gran Canaria, 1843-Madrid, 1920). Una magnífica ocasión, pues, la del inicio de su centenario, para recordar la figura del novelista y, sobre todo, la ‘excusa’ perfecta para volver a sumergirnos en la lectura de su obra, tan singular e íntimamente vinculada a Madrid.

Aquí residió durante casi seis décadas, hasta convertir algunas de sus calles y plazas en un personaje literario más. Pocos autores han sido capaces de reflejar tan bien el alma de una ciudad tan cambiante. Maestro del realismo y del naturalismo del siglo XIX, nuestro autor está tan vinculado a Madrid, hasta el punto de que se ha acuñado el término ‘Madrid galdosiano’ en referencia al conjunto de escenarios geográficos, históricos y sociológicos que a través de su obra representan a la ciudad y a sus habitantes.

No es de extrañar que hasta el mismísimo Valle-Inclán dijera que las novelas del autor de Fortunata y Jacinta o Misericordia, con sus retratos transversales del ambiente castizo, desde los barrios más acomodados hasta la creciente periferia metropolitana de finales del siglo XIX, “olían mucho a cocido”, el plato típico de Madrid, y que él mismo recibiera el apodo de el “garbancero”.

No nació Galdós en la capital, ni falta que le hizo, para merecer el honor de ser considerado por unanimidad de todos los grupos políticos como Hijo Adoptivo (26-11-2019), pese a que la normativa municipal establece que no se pueden otorgar nuevas distinciones de este tipo mientras vivan seis personas que ya han sido distinguidas con este título. Actualmente, son hijos adoptivos de Madrid el rey Juan Carlos I, Simeón II de Bulgaria, Mario Vargas Llosa, Rafael Nadal, Pedro Almodóvar y Raphael. Sin embargo, dadas las especiales circunstancias que concurren en este caso, el Ayuntamiento hizo una excepción ampliando el número máximo de personas a las que puede concederse.

Pero con independencia de la distinción, y junto a su obra literaria, la huella de Galdós en Madrid es imborrable. Ahí está la pensión de la calle Fuentes 3, a tiro de piedra de la Puerta del Sol, donde vivió el escritor durante sus primeros meses en Madrid (1862); el legendario Café Comercial, abierto en 1887) lugar habitual de tertulia del escritor; el no menos célebre restaurante Lhardy; la editorial “Obras de Pérez Galdós”, en la calle Hortaleza 104, fundada por el propio novelista en 1897, desengañado por su relación con los editores, experimento de autoedición que no salió bien y que tuvo que cerrar pocos años después; la Cava de San Miguel, donde vivía Fortunata; la pequeña calle Galdós, entre Fuencarral y Hortaleza; la librería Pérez-Galdós, en el número 5 de Hortaleza, donde sus herederos abrieron en 1942 la tienda que lleva su nombre; su monumento en el Paseo del Coches del Retiro, obra de Victorio Macho, sufragada por suscripción pública, e inaugurada el 20 de enero de 1919 con la asistencia del propio autor, ya inválido y ciego; la casa donde murió, en Hilarión Eslava 7, que era donde estaba el hotelito, propiedad de uno de sus sobrinos, donde pasó los últimos años de su vida; y finalmente su tumba en el Cementerio de La Almudena, donde descansas sus restos, no lejos de los de otros gigantes literarios como Pío Baroja, Vicente Aleixandre o Dámaso Alonso

Galdós alcanzó en vida la gloria literaria y el respeto de la mayoría de sus conciudadanos, muchos de los cuales se echaron a las calles de Madrid el 5 de enero de 1920 para asistir a la capilla ardiente instalada en el Ayuntamiento de la capital o asistir al paso de su féretro camino del panteón familiar en la Almudena.

Durante el trayecto, desde la Plaza de la Villa, la comitiva fue aclamada en numerosas ocasiones hasta llegar a la la Plaza de la Independencia donde se dio por terminada la ceremonia oficial, continuando la carroza hasta el cementerio. Salvando todas las circunstancias, dudo que hoy algún escritor concitara tal grado de adhesión en la hora de su despedida.

Galdós es Madrid, qué duda cabe, ciudad que tiene el inmenso honor de haber acogido a uno de los principales novelistas que ha dado España en toda su historia. Pienso, como decía al principio, que no hay mejor forma de celebrar su centenario que con la lectura de alguna de sus novelas. Tampoco es mala opción acercarse hasta la Biblioteca Nacional para ver la exposición, que estará abierta hasta el 16 de febrero de 2020.

Larga vida literaria para «don Benito, el garbancero», el cronista supremo de Madrid, cuya obra no ha envejecido.

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