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La heterodoxia chirría en política más que en ninguna otra actividad. En Madrid tenemos varios ejemplos, a cual más interesante. El verso suelto más preclaro y recurrente es el de Gallardón, aunque tampoco Aguirre le va a la zaga a la hora de nadar a contracorriente. Los heterodoxos suelen gozar de un gran predicamento fuera de sus partidos, aceptación que sólo es comparable al desprecio, cuando no el odio, que suscitan en sus propias filas. «Cuerpo a tierra, que vienen los nuestros», como dijo en su día un veterano del PP. No es habitual, y menos en política, que alguien tenga el suficiente arrojo como para llevarle la contraria al líder. Lo más cómodo y mejor es el apoyo incondicional, el prietas las filas, ya que las disidencias se pagan muy caras en todos los grupos y organizaciones pero, sobre todo, en los partidos políticos.

Al otro lado de la trinchera, en el PSOE, no hay un caso tan paradigmático con el de Joaquín Leguina, más conocido como el pepito grillo de Zapatero. El ex presidente de la Comunidad de Madrid tiene una gran virtud: habla claro y se le entiende todo lo que dice. Dejó la política hace un par de años, aunque mantiene ese fino verbo acerado con el que también se enfrento a Felipe González y a Alfonso Guerra. De sus últimas perlas cultivadas, de esta misma semana, elijo al azar algunas de ellas: «Marcelino Iglesias quiere apropiarse del Ebro, que es un río de todos los españoles», «los nacionalismos han matado más gente que las bombas atómicas», «Donde no hay harina, todo es mohína, y aquí hay cada vez menos harina» (en alusión a la «crisis profunda» del PSOE madrileño), «La diferencia entre las políticas sociales que hace este gobierno y las que ha hecho del PP hace unos años no son tan grandes», además de acusar a José Blanco de poner «palos en las ruedas» a Tomás Gómez. Es tan sólo un escogido ramillete, aunque la lista sería interminable.

Leguina, además, vuelve a ser actualidad por la publicación de su última obra, La luz crepuscular, una explosiva mezcla de autobiografía y ficción en la que el ex presidente recuerda el «estilo deplorable» de hacer política en el seno de la vieja Federación Socialista Madrileña. Leguina escarba en aquella oscura moción de censura promovida por Alianza Popular y el CDS, que perdió Gallardón en 1989, y nos trae a la memoria personajes de infausto recuerdo como el tránsfuga Piñeiro, cuya polémica abstención permitió que Leguina pudiera mantener su mayoría y la Presidencia Regional. También aparece el oscuro broker Durán, aquel que ofreció 200 millones de pesetas a un diputado de IU para que votase a favor de la moción de marras. La novela promete, aunque Joaquín Leguina debería saber que, después de tantos años, el ajuste de cuentas con el pasado tan sólo conduce a la melancolía.

 
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(Joaquín Leguina, durante la moción de censura de 1989. Foto Miguel Gener, El País)

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