
COMO LA SITUACIÓN de encantamiento permanece inalterable, me permito celebrar hoy el Día Mundial de la Radio en este 2020 ( proclamado en 2011 por los Estados miembros de la UNESCO y adoptado por la Asamblea General de las Naciones Unidas un año más tarde) recuperando el texto que escribí hace un par de años con el mismo motivo.
Poco me parece, en todo caso, una única jornada de celebración cuando, en la práctica, todos los días son el Día de la Radio. De los periodistas, locutores y productores, sí, pero también de los técnicos de sonido cuya complicidad es imprescindible para que el producto final tenga la calidad necesaria.
Las ondas nunca descansan, siempre hay alguien al otro lado que escucha, al fin y al cabo todos necesitamos compañía. Y la de la radio, como es bien sabido, es de las mejores que uno pudiera disfrutar. En sus distintos diales y formatos, en cualquier momento y circunstancia, el abrazo de una voz amiga, que es en verdad la magia que desprende nuestro receptor, se ha convertido también en una manera de vivir para los benditos oyentes que son, al fin y al cabo, nuestra razón de ser.
Diálogo. Conversación. Cercanía… Todo esto y más es también la radio, cuyo futuro está más que garantizado, pese a aquellos agoreros que la dieron por muerta en varias ocasiones. Definitivamente, la vida con radio es más entretenida y mejor. Decía así aquel texto, a modo de sonora declaración de amor…
Querida Radio: Como bien conoces, siempre quise ser periodista —nadie es perfecto, ya lo sé—, pero nunca, ni en mis mejores sueños, me imaginé hablando delante de un micrófono. Mi maldita timidez, ya sabes.
Desde ese punto de vista, lo tengo claro: fuiste tú la que me elegiste a mí y debo confesarte, sin asomo de rubor, que no ha pasado un solo día desde que nos conocimos que no haya disfrutado de tu sonora compañía.
Vale que hayamos podido tener nuestros altibajos y que en ocasiones —muy pocas, ¡eh!— hayamos estado como distantes. Sobre todo, algún fin de semana, o tal vez en vacaciones. Admito que esto pueda haber ocurrido, que haya podido pasar de ti o que me haya fijado más en otras, pero ha sido algo pasajero y sin la mayor importancia.
Y no te cambiaría, desde luego que no, por ninguna otra. Ni la tele, ni las revistas, ni siquiera las redes sociales, tienen la elegancia, la magia y el encanto que tú desprendes. Ni tu atractivo. Por mucho que brillen o muchas miradas de deseo —esto no lo puedo ocultar— que susciten.
Déjame decirte —nunca es tarde para hacer una confesión así— que como mi amor más antiguo que eres, adoro tu cercanía. En el dormitorio, en la cocina, incluso en la ducha, siempre disfruto de tu presencia y compañía. Y no concibo mayor placer que dejándome acariciar por el arrullo de tu voz, por ejemplo, durante un viaje cuando nuestros pensamientos quedan atrapados y enlazados mientras los kilómetros discurren como suspiros.
Recientemente escuché en la radio — dónde si no— una frase del pensador chino Confucio, que me viene como anillo al dedo: “Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un día de tu vida”. Y como me pilla ya un poco talludito para encontrar algo mejor, que me llene más, pues seguiré contigo, si me lo permites, haciendo lo que más me gusta.
Espero que las demás sepan entenderlo: yo solo tengo oídos (y ojos) para ti. Tan fascinado sigo como el primer día.
La Radio eres tú, y yo, si me lo permites, tu más fiel admirador. Aquí va mi abrazo a través de las ondas, mientras nos seguimos escuchando con el arrobo y la admiración que acostumbramos.
Siempre tuyo,
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