
ENTREVISTAR NO ES blanquear. La polémica en torno al documental de Jordi Évole y Màrius Sánchez (Producciones del Barrio) sobre el etarra José Antonio Urrutikoetxea Bengoetxea, alias Josu Ternera, acompañará al periodista catalán mucho tiempo después de que se apaguen los focos del Festival de Cine de San Sebastián.
De momento, el documental No me llame Ternera —en Netflix desde el próximo 15 de diciembre—, recibió un largo aplauso el día de su estreno, incluido el de Francisco Ruiz, víctima de un atentado terrorista de Ternera en 1976. Pese al aplauso recibido tras su proyección, sigue habiendo voces en contra, y es lo normal en cualquier sociedad democrática que se precie. Ocurrió con La pelota vasca, de Julio Medem, en 2003, y ha vuelto a suceder ahora, 10 años después.
Comentarios desfavorables
Las críticas son siempre saludables, como la carta rubricada por 514 firmas —entre ellas: Fernando Savater, Carlos Martínez Gorriarán, Carlos Fernández de Casadevante, Félix de Azúa, Andrés Trapiello, Fernando Aramburu, Miguel Ángel Idígoras o Santiago González—, que se opusieron al estreno en el Zinemaldia, antes incluso de haber visto el documental. Los comentarios desfavorables forman parte de la normalidad democrática, otra cosa es pretender que los periodistas eviten hacer su trabajo e impedir que puedan dar a conocer el testimonio de alguien por muy despreciable, como es el caso, que nos pueda parecer.
Según lo que ha trascendido, la justificación que Urrutikoetxea hace de la banda terrorista ha echado por tierra las expectativas de autocrítica del antiguo dirigente de ETA en el documental ‘No me llame Ternera’, algo que a nadie puede sorprender.
Sanguinario historial
De Évole lamento su aparente ingenuidad al mantener que para él «fue decepcionante que no tuviera un posicionamiento más conciliador», o que diga que no puede tener «una opinión personal muy formada sobre una persona a la que prácticamente” no conoce, pese a ser bien conocido que se le atribuyen decenas de muertos, incluidos niños, durante sus atentados. Pero eso no le inhabilita para entrevistar a un etarra —prófugo de la justicia española, huido de España en 2002, y en libertad controlada en Francia desde 2021, donde fue detenido en 2019—, y desde luego, algo más que un «militante fanático».
Tiene varias causas pendientes, la más grave la acusación en España por ordenar el atentado contra la casa-cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza en 1987, donde ETA asesinó a 11 personas, cinco niñas entre ellas, responsabilidad que Ternera niega. La Fiscalía española le imputa 11 delitos de asesinato consumado y otros 88 en grado de tentativa, tantos como heridos en aquel atentado, y solicita para él una pena de 2.354 años de prisión, mientras se eterniza la resolución de una causa en Francia que pudiera permitir su extradición a España.
Solo reconoce su participación en dos atentados, ya amnistiados: el robo de explosivos para atentar contra Carrero Blanco en 1973 y su pertenencia al comando que en 1976 asesinó al alcalde franquista de Galdakao (Bizkaia), Víctor Legorburu, a quien acribillaron con 12 tiros. Francisco Ruiz, el policía municipal que escoltaba ese día a Legorburu, herido en el atentado, abre y cierra el documental como voz de las víctimas.
Otras entrevistas
Alguien que mata es un asesino, pero la historia del periodismo está bien nutrida de entrevistas a sujetos de esta calaña sin que haya caído sobre sus autores el oprobio del caso que nos ocupa. Hay, salvando todas las distancias, muchos ejemplos. Entre ellas, la del menor que violó, quemó y asesinó a Sandra Palo, una “exclusiva” de Telecinco en 2022.
Por ceñirnos al terrorismo, cuando en 2014 El Mundo entrevistó a Josu Zabarte, conocido como ‘el carnicero de Mondragón’ -20 atentados, 17 asesinatos, 30 años en prisión-, no hubo el revuelo de ahora. Y no hubo autocrítica, ni mucho menos arrepentimiento: “Yo no he asesinado a nadie, yo he ejecutado. No me arrepiento”. La Asociación Víctimas del Terrorismo (AVT) le denunció ante la Audiencia por enaltecimiento del terrorismo y la Fiscalía General del Estado informó a favor de la admisión a trámite de la denuncia presentada también por la Fundación Víctimas del Terrorismo (FVT). Tras esto, el juez de la Audiencia Nacional Santiago Pedraz le imputó un delito de enaltecimiento del terrorismo.
Si el objetivo de Évole era que el entrevistado arremetiera contra la banda terrorista y renegara de su historia tras haber causado 853 víctimas mortales, es evidente que ha fracasado, pero eso no le inhabilita como periodista, como pretenden algunos. Antes de atender a Évole, Urrutikoetxea ha concedido cinco entrevistas a medios escritos —los vascos Berria y Gara y los franceses Sud-Ouest, Mediapart y Le Journal de Dimanche—.
Cinismo
A nadie puede sorprender el descaro de un probado asesino como Urrutikoetxea, miembro de ETA desde los 17 años hasta los 68, que es cuando leyó el comunicado de disolución. Por eso, por su falta de arrepentimiento, salvo para ‘condenar’ a su manera el asesinato del concejal Miguel Ángel Blanco, resulta tan comprensible la protesta de las víctimas, cargadas de razón por lo que legítimamente consideran una afrenta del exdirigente etarra.
Censura preventiva
Eso no es óbice para que Évole se haya planteado “arrojar luz donde nunca había habido luz”. Nadie está obligado a ver el documental. Todo el que quiera está en su derecho de criticarlo, el mismo que tiene el periodista en ofrecerlo ante la sociedad. Pero sin censura preventiva. Igualmente parece razonable, como ha dicho el director del Festival de San Sebastián, José Luis Rebordinos, que la película ha de ser vista primero y sometida a crítica después y no al revés”.
Opino, además, según la información disponible, que el periodista ni le da un masaje a Ternera ni lo blanquea, más bien lo deja en evidencia. Simplemente hace su trabajo. Entrevistar no es compartir ideas. Que luego, cada uno, conforme su criterio y, si lo desea, lo exponga como mejor considere. Resulta agotador tratar de explicar lo obvio en el fragor de una batalla tan marcada por el odio, el frentismo y la polarización.