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Durante el puente de la Inmaculada Constitución Madrid ha vuelto a ser un hervidero de gente. ¿Qué digo un hervidero?, un auténtico río a punto de desbordarse. Es la misma historia de los últimos años, pero en versión corregida y aumentada. Entre el sábado y el martes decenas de miles de personas tomaron el centro de la ciudad para cumplir con este peculiar rito, al parecer, de obligado cumplimiento.

La imperiosa necesidad que tienen los lugareños por escapar de Madrid en cuanto pueden juntar un par de días libres, sólo es comparable con el efecto imán que provoca la ciudad entre sus numerosos visitantes. Las lucecitas navideñas, unidas al poderoso influjo consumista, han convertido a Madrid en un potente polo de atracción. Madrid vuelve a estar de moda.

Lástima que sean muchos aún los que sigan sin querer darse por enterados de que Madrid cuenta con una buena red de transporte público que permite llegar a la mismísima almendra central sin necesidad de colapsar la ciudad. El insensato empeño de algunos conductores por meterse con su coche hasta el mogollón de Cortylandia, o hasta los pies del Oso y el Madroño, pone a Madrid en una situación límite que debería hacernos reflexionar. Esta ciudad, que lo aguanta todo, resiste de momento. ¿Hasta cuándo?

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