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La semana pasada comí con Tomás Gómez y asistí a un cóctel con Esperanza Aguirre. No quisiera resultar jactancioso ya que, en ambos casos, había otros muchos compañeros periodistas y fue, naturalmente, como ocurre en estas fechas, con motivo de las celebraciones navideñas. Ellos, Gómez y Aguirre, que coinciden en tan pocas cosas, sí estuvieron de acuerdo en admitir la independencia de criterio de los periodistas a la hora de enjuiciar su trabajo. Y no sólo eso sino que, en ambos casos también, reconocieron (¡faltaría más!) el derecho de los periodistas a fiscalizar y, llegado el caso, a criticar su forma de actuar. Bonitas palabras que no siempre se corresponden con la realidad porque, no nos engañemos, a nadie le gusta que le critiquen. Y a los políticos menos que a nadie.

Nunca han resultado fáciles, ni tienen porqué serlo, las relaciones entre políticos y periodistas. Ellos buscan poder colar sus mensajes, cuando no su propaganda, y nosotros tratamos de que no nos vendan motos, en ocasiones averiadas. Tan sólo aspiramos a que nos den noticias y no parece mucho pedir. En ocasiones, sin embargo, la cuerda se tensa o directamente se rompe. Ellos se deben a los suyos, a sus partidos y votantes, y nosotros a nuestros lectores, oyentes y televidentes. Una relación difícil por naturaleza al tratarse de dos fuerzas que se repelen y atraen al mismo tiempo. Tomás Gómez, por cierto, cuya relación con la prensa es manifiestamente mejorable, nos dijo que el próximo año daría muchas noticias. Más le vale si quiere seguir aspirando a todo. Esperanza Aguirre, en cambio, vaticinó que el 2010 será un año soso aunque, conociéndola, ya se encargará ella de animarlo.

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