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NO PUEDO CONCEBIR que alguien pueda alegrarse de que una mujer haya perdido a su hijo.  Por más vueltas que le doy, no acierto a entender la degradación y la miseria moral de quienes, amparados en el anonimato de las redes sociales, son capaces de proferir tales exabruptos.

Isabel Díaz Ayuso estaba embarazada de dos meses y, tras haber sufrido un aborto natural, solo cabe respetar su duelo y no acrecentar el dolor de una situación tan traumática. Hacerlo de forma tan gratuita envilece a quienes se esconden para zaherir, por más que consideren que determinadas instrucciones políticas suyas durante la pandemia también pudieron haber causado dolor a muchas familias.

Utilizar una desgracia, o alegrarse de ella, para atacar a quien piensa de forma diferente evidencia, además, un sesgo patológico digno de un pormenorizado estudio psiquiátrico. Por más que la presidenta madrileña pueda tener tantos detractores como admiradores.

Prefiero quedarme con la empatía de quienes, pese a la discrepancia política, han tenido elegancia y generosidad para solidarizarse con una rival política. Podrían haber permanecido callados, pero han demostrado que son compasivos y tienen humanidad:

Yolanda Díaz (“Todo mi cariño y un abrazo en estos momentos delicados”), Mónica García (“Un abrazo y mucho ánimo en estos días dolorosos y complicados”), Adriana Lastra (“Lo siento muchísimo. Te deseo una pronta recuperación), Emiliano García-Page (“La vida está delante de la política”), Rita Maestre (“Un abrazo sincero en estos momentos tan difíciles y todo mi rechazo a quienes utilizan una mala noticia para esparcir odio”), Juan Lobato («Te deseo una pronta recuperación. Tienes todo mi apoyo y cariño en estos momentos que sé que son difíciles»).

Y frente a estos ejemplos de concordia, el odio y el rencor que destilan algunos miserables no son otra cosa que la demostración palmaria de que nuestra sociedad se va a al garete. Por ello, es más necesario que nunca recuperar, primero el sosiego, y después unos valores mínimos de convivencia. Para empezar, algo tan elemental como el respeto a las personas, a todas sin excepción, incluso a aquellas que no son de nuestra cuerda.

No todo vale. Basta de insultos. Ya está bien de crispación.

(Foto: Comunidad de Madrid)

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