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George Steiner. Foto publicada en El Cultural. 13 de julio de 2006.

NO ES FÁCIL, ni tampoco habitual, que una entrevista resulte conmovedora. En el sentido literal, según la definición de la RAE, de “perturbar, inquietar, alterar, mover fuertemente o con eficacia a alguien o algo”. Cuando rara vez esto ocurre, y no lo digo en demérito del periodista o entrevistador, es porque el entrevistado se desnuda sin pudor, abriendo incluso su corazón, que es acaso nuestra más oculta intimidad.

Pues esto es justamente lo que me sucedió, lo del enternecimiento, al leer la que le hizo el profesor y filósofo Nuccio Ordine a su amigo George Steiner (Neuilly-sur-Seine, 23-04-1929 – Cambridge, Reino Unido, 03-02-2020), el gran crítico literario, escritor y humanista, fallecido el pasado lunes en su residencia de Barrow Road, en la ciudad del río Cam, a 80 kilómetros de Londres. La entrevista póstuma (publicada póstumamente, sería más preciso decir) de Steiner: “Me faltó valor para crear”, tituló El País.

Steiner se la concedió a Ordine hace justo seis años, con algunas modificaciones posteriores, con la condición de que sus reflexiones no fueran publicadas hasta el día siguiente a su desaparición, como así ha ocurrido.

Antes de entrar en materia, daremos un pequeño rodeo para recordar la figura del ‘príncipe de la literatura comparada’, Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2001. Para glosar su figura con motivo del fallecimiento, de él se dijo que “deslumbró al mundo por ser uno de los intelectuales más brillantes y profundos de nuestra época”, no en vano era el referente de la crítica literaria de la segunda mitad del siglo pasado. Con un estilo grandilocuente, “que hablaba con la misma autoridad de lo que sabía y de lo que no sabía”, han dicho también de él.

Nacido en el seno de una familia de judíos vieneses y criado en contacto con distintas lenguas, obtuvo el Príncipe de Asturias por “firmar una extensa y variada obra –Errata, una vida examinada, La muerte de la tragedia, En el castillo de Barbazul, Tolstoi o Dostoievski, Después de Babel, Antígonas o Presencias reales– que conjuga la literatura, la historia, la teología o la antropología”. Así lo destacaron los miembros del jurado para subrayar los méritos de este pensador, con una formación casi renacentista, uno de los mejores ensayistas del siglo XX, además de melómano empedernido.

No es de extrañar, por tanto, que, con este bagaje vital e intelectual, y dado el contexto de “entrevista póstuma”, realizada, además, por un amigo, el resultado fuera tan liberador –imagino–, para Steiner, como provechoso para quienes fuimos a abducido por sus postreras palabras. Pero vayamos, sin más rodeos, a las reflexiones que nos ocupan.

−En el ámbito personal, ¿qué errores ha cometido?, pregunta Ordine.

Esencialmente, habría debido tener el valor de probarme en la literatura “creativa”. Pero no quise asumir el riesgo trascendente de experimentar algo nuevo en este ámbito, que me apasiona. Crítico, lector, erudito, profesor, son profesiones que amo profundamente y que vale la pena ejercer bien. Pero es completamente diferente a la gran aventura de la “creación”, de la poesía, de producir nuevas formas. Y, probablemente, es mejor fracasar en el intento de crear que tener cierto éxito en el papel de “parásito”, como me gusta definir al crítico que vive de espaldas a la literatura. Por supuesto, los críticos también tienen una función importante, pero no es lo mismo. La distancia entre quienes crean literatura y quienes la comentan es enorme, responde Steiner.

Valiente apreciación, bien es cierto que al final de sus días, para alguien cuya trayectoria se ha basado, fundamentalmente, en opinar, cuando no pontificar, sobre el trabajo de los demás. Siempre ha sido más fácil comentar que construir, enmendar que proponer, por eso me parece tan meritoria esta percepción.

−¿Qué importancia ha tenido la amistad en su vida?, continúa el entrevistador.

Una importancia enorme. Quizá la amistad sea más valiosa que el amor. Sostengo esta tesis porque la amistad no tiene nada del egoísmo del deseo carnal.

Hermoso canto, pienso, a ese otro tipo de relación afectiva, tan alejada de las precauciones, desconfianzas, resquemores, cuando no abierta hostilidad, hacia quienes nos rodean. Desde ese punto de vista, la amistad también puede ser, lo es, otra forma de entender el amor.

−¿Y el amor?

El amor ha tenido muchísima importancia, tal vez demasiada. Creo que, en potencia, las mujeres tienen una sensibilidad superior a la de los hombres. He tenido el enorme privilegio de tener relaciones amorosas en diferentes lenguas. El donjuanismo políglota ha sido una enorme recompensa para mí, una ocasión de vivir múltiples vidas.

Afortunado Steiner, que según describe, ha podido tener una vida plena, o casi, en ese sentido. Quiero pensar que, cuando todo termina y se acerca el momento del adiós definitivo, no puede haber nada que resulte tan elocuente como responder a la pregunta de si nos han querido lo suficiente, y hemos sabido corresponder de la misma forma, dado que el amor no es algo que pueda, o deba, entenderse en solitario. Siempre es cosa de dos. Aunque sea en un solo idioma y no en varios como Steiner.

−¿Querría pedir disculpas a alguien con quien se haya peleado?

Sí, querría disculparme con una persona cuyo nombre no puedo decir. Se trata de un hombre eminente, durante mucho tiempo amigo íntimo, con el que discutí por un asunto estúpido. Una frase mal escrita en una carta hizo saltar por los aires nuestra relación de años. Aprendí mucho de esa experiencia; cómo a veces un instante insignificante puede transformarse en un hecho decisivo en la vida. Es un riesgo que corremos a menudo. Un gesto sin importancia, una simple palabra, en un solo segundo, pueden causar verdaderas tragedias. Y ahora, después de tantísimos años, me gustaría decirle a mi amigo, “ven, vamos a comer juntos y a reírnos de lo que pasó”. Pero, con gran dolor, me doy cuenta de que ya no hay tiempo. Es demasiado tarde.

He aquí, de nuevo, una lección muy esclarecedora, que puede resultarnos de gran utilidad. La de las pequeñas cosas capaces de provocar consecuencias indeseadas e irreversibles. Más cuando, por comodidad, orgullo o desdén, no somos capaces actuar a tiempo, evitando así que la prolongación de ese “instante insignificante” acabe adquiriendo una dimensión que pueda llegar a aplastarnos.

−¿Le han dado algún consejo que le haya cambiado la vida?

Por supuesto. Sobre todo, los que me dio mi madre con todo su cariño. A ella le debo que me animase a convivir de manera fructífera con mi discapacidad. Cuando era niño, para hacerme reaccionar en los momentos de desesperación, me decía que la «dificultad» era un «don» divino. Mi defecto me brindó la oportunidad de aprender a mejorar, de intentar entender que sin esfuerzo no se obtiene nada en la vida. Uno de los logros más bellos de mi existencia fue cuando conseguí atarme los zapatos por primera vez con la mano impedida.

Nada se obtiene sin esfuerzo en la vida. Poco más que añadir. Si fuéramos capaces de inculcar este sencillo precepto a los más jóvenes, habríamos conseguido un paso de gigante de gran ayuda para su desarrollo, y no solo para las personas con discapacidad. No hay más opciones que el sacrificio y el trabajo duro, cada uno en la medida de sus posibilidades, para afrontar lo que nos depare la vida. La recompensa, en ocasiones, puede ser tan grata −como le pasó a Steiner−, la que por primera vez puede experimentar quien ha conseguido atarse los zapatos con su mano impedida. Gran enseñanza en un mundo marcado el ruido y la prisa.

Buena entrevista. Emotiva e interesante. No todos lo hacen, pero cuando uno ha cumplido los 90 años se puede permitir desnudarse esta forma. Brillante pensador. DEP.

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