
CUANDO ESCUCHÉ A la ministra de Educación decir aquello de que «no podemos pensar de ninguna de las maneras que los hijos pertenecen a los padres» –a propósito de la polvareda levantada por el veto parental que reclama Vox–, me vinieron rápidamente a la memoria unos versos de Khalil Gibran, el poeta, filósofo y artista libanés.
Mientras Isabel Celaá incendiaba las redes sociales y daba munición a los contertulios siempre ávidos de material fácil diciendo que el ‘pin parental’ es contrario al «derecho fundamental y constitucional» de toda persona, «desde su nacimiento» a ser educada, no pude evitar volver a releer aquella reflexión que tanto me conmovió en su día.
Defendió Celaá, para redondear su argumento, que es «absurdo» e «ilegal» cuestionar ese derecho a la educación de los menores, precisando además que la autorización familiar que defiende Vox y organizaciones como Hazte Oír se dirige a las actividades complementarias en horario lectivo, que son aprobadas en el Consejo Escolar de los centros educativos donde tienen presencia las familias.
Además de ser contenidos de obligado cumplimiento para cursar la enseñanza, prosiguió en vano la ministra. Pero poco importaba ya, dado que los coleccionistas de perlas dialécticas habían encontrado una –“los hijos no pertenecen a los padres”– que tanto juego iba a dar, como así fue, en el debate político, tan profusamente engordado por los medios de comunicación.
Parece evidente que los hijos son de sus padres, aunque no estén inscritos en el registro de la propiedad, y que su educación es una responsabilidad compartida con la sociedad en la que se insertan y desarrollan. Y donde, conviene recalcarlo, no pueden tener cabida las ideas intolerantes o antidemocráticas, socialmente aborrecibles, como la violencia, la xenofobia o el machismo.
Asistimos, por tanto, a un debate interesado dado que, como bien se encargó de desmontar Enrique Ossorio, consejero de Educación de la Comunidad de Madrid (PP), el ‘pin parental’ no es más que “una leyenda urbana”. Algo intrascendente, añadió, junto a un dato demoledor: en Madrid hay 1,2 millones de alumnos, 58.000 docentes y 1.200 centros y solo hubo una queja oficial por escrito por una actividad en el municipio de Pedrezuela.
Entonces, si en Madrid no existe ese problema, “no hay adoctrinamiento en las aulas ni se producen charlas que no sean deseadas por los padres», ¿a qué viene tanto ruido? El chicle se puede estirar todo lo que se quiera, pero mucho más jugo no se le puede sacar ya. No, salvo por parte de quienes estén interesados en aprovechar esta circunstancia para otros fines y quieran mantener viva tan estéril controversia.
Por eso, con carácter general, bueno será que cuando la política nos lleve por los caminos del hastío, nos refugiemos en la poesía, que siempre es un valor grato y confortable, además de seguro. Tal es el caso del autor de El Profeta cuando decía aquello de…
Tus hijos no son tus hijos,
son hijos e hijas de la vida,
deseosa de sí misma.
No vienen de ti,
sino a través de ti,
y aunque estén contigo,
no te pertenecen.
Puedes darles tu amor,
pero no tus pensamientos,
pues ellos tienen sus propios pensamientos.
Puedes abrigar sus cuerpos,
pero no sus almas,
porque ellos
viven en la casa del mañana,
que no puedes visitar,
ni siquiera en sueños.
Puedes esforzarte en ser como ellos,
pero no procures hacerles semejantes a ti,
porque la vida no retrocede ni se detiene en el ayer.
Tú eres el arco del cual tus hijos,
como flechas vivas,
son lanzados.
Deja que la inclinación,
en tu mano de arquero,
sea para la felicidad.