Claro, que entiendo también las quejas de la oposición al asegurar que esta rehabilitación supone un gasto «innecesario y suntuoso» que no era prioritario para las necesidades de los madrileños. En las actuales circunstancias económicas, trasladar la sede de la Alcaldía a Cibeles, además de la Vicealcaldía y los departamentos de Las Artes y Seguridad y Movilidad es un riesgo que las maltrechas arcas municipales difícilmente pueden soportar. Cómo será la cosa que hasta la propia Esperanza Aguirre, tan poco comedida a la hora de meter el dedo en el ojo de su amigo Gallardón, siempre que no sea época electoral, llegó a calificar la reforma de «obrón» además de criticar tal dispendio.
Apostar por Cibeles supone, sin duda, recortar inversiones, tan necesarias o más que ésta, en una ciudad con graves carencias en materia, por ejemplo, de equipamientos sociales, deportivos y culturales. Es cierto que Madrid gana, y gana para siempre, un nuevo e innovador espacio cultural, bautizado con el redundante nombre de CentroCentro en pleno «Paseo del Arte».
A todo el mundo le gusta lo bueno, qué duda cabe. La cuestión es si los madrileños, sus hijos y nietos, que son al fin y al cabo los que pagaran la obra durante años, se lo pueden permitir. Ojalá que la deuda no nos amargue la fiesta y no acabe empañeciendo el brillo del nuevo icono de Madrid.