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Cabecera de la manifestación por el 8M de 2020 en Madrid. Foto EL MUNDO.

UNO DE LOS aspectos más perversos de la política es la capacidad que tiene para distorsionar la esencia de determinados debates hasta convertirlos en antagónicos. Tal es el caso del feminismo, con los partidos empeñados en añadirles sus propios apellidos (ideológico, amazónico, liberal, supremacista, excluyente…) para ir marcando distancias con el adversario.

Pero todo sería más fácil si fuéramos capaces de despojar estas disputas, tan estériles, hasta reducirlas a lo básico y esencial. Y, si los políticos quieren seguir enredando, pues allá ellos con sus calculadas estrategias y su instrumentalización.

Nos movemos en un terreno tan polarizado que, posiblemente, resultaría de gran utilidad despojar el feminismo de todos esos pesados ropajes y devolverlo a la esencia de lo que es: la lucha por conseguir la igualdad real entre mujeres y hombres, que pasa por el reconocimiento de todas las capacidades y derechos que tradicionalmente han estado reservados a los varones, y la eliminación de la dominación y la violencia de ellos sobre ellas. Y junto a esto, la reivindicación de la libertad individual plena de la mujer para cualquier decisión que quiera tomar en su vida.

En el bien entendido, claro, de que no hay un único modelo de mujer y de que las diferencias sociales, étnicas, religiosas o de orientación sexual son notables, según los países donde vivan. La movilización es de alcance planetario, pero, es obvio decirlo, no en todos los países el feminismo goza de tan buena salud como en España, por mucho que algunos discursos puedan llegar a cuestionar los grandes logros, incluso institucionales, conseguidos gracias a este movimiento.

A partir de ahí, soslayado el interesado relato político, bastará con echarse a la calle hoy, como el año pasado o el anterior, para comprender que los mensajes de los partidos se difuminan ante la magnitud de un movimiento social que sigue tan vivo como en las dos ediciones anteriores. El grito feminista exigiendo igualdad real de derechos será siempre más conciliador y poderoso que el tono bronco exhibido por algunas representantes políticas.

Mujeres poderosas embarcadas en una revolución imparable; mujeres en busca de su destino, sin necesidad de que un hombre les diga lo que tienen que hacer o cómo pensar; mujeres sin nada que celebrar; mujeres con derechos y sin barreras; mujeres que luchan y bailan; mujeres que se pintan la cara con purpurina y que gritan lo que les da la gana mientras suena la batucada; mujeres que se ponen serias reivindicando y que se abrazan; mujeres que huyen de las etiqueta; mujeres orgullosas de ser parte de la revuelta feminista…

A propósito del 8-M, la ilustradora Vanessa Borrell, más conocida como Lady Desidia, ha incluido un texto en su última publicación de Instagram que, por su belleza, me permito reproducir aquí. “Queremos pan y también rosas, clamaban las trabajadoras textiles estadounidenses en la histórica huelga de 1912. Aquellas jóvenes se atrevieron a soñar con un mundo más igualitario para todos y una vida plena, digna y libre de violencia. Todavía hoy queremos el pan y queremos las rosas”.

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